Ver a los aborígenes, especialmente a niños y jovencitos, con una fija (una suerte de tacuara con arpón en la punta) pescando exitosamente en los ríos Pilcomayo y Bermejo, como también en los canales de ambas cuencas, es la prueba patente que costumbres ancestrales se mantienen intactas en estos pueblos.
Y la referencia viene bien en estos tiempos de festividades tan tradicionales, ya que justamente en estas celebraciones se renuevan muchas de las tradiciones de antaño.
Donde se puede apreciar mucho de todo esto es en el extremo oeste provincial, especialmente los departamentos Matacos y Ramón Lista. Allí aun con escuelas, centros de salud, la energía eléctrica las 24 horas, los cajeros automáticos, plantas de agua potable, internet y otras evoluciones acentuando todo el proceso de “transformación profunda en toda esta región”, las maneras de ancestros se mantienen
Y justamente en términos sociales y culturales, sobre todo a partir de las particularidades de su población, mayormente aborigen y también la conocida como criolla chaqueña de influencia salteña, se hacen aun más perceptibles en estos tiempos de las festividades de fin de año.
Relatan por ejemplo que la familia criolla antes vivía más bien de manera muy individual, sobre todo porque se encontraban muy dispersas, pero a partir de procesos de transformación muy importante de lo que antes eran pequeños y aislados parajes y actualmente son localidades que han crecido enormemente, la manera de relacionarse y socializar fue modificandose.
“Poblaciones como El Potrillo, El Chorro, Lote Ocho y María Cristina, las más extremas en el departamento Ramón Lista en el extremo oeste formoseño, lo propio en el contiguo departamento Bermejo como La Rinconada o Pozo de Maza, entre otros”, cuentan los conocedores de la zona.
Por ejemplo el diputado Roberto Vizcaino marca que “se han incorporado muchísimos servicios, lo que hace que la gente se agrupe en una misma comunidad y con ello se modifica la socialización y esto por supuesto modifica hábitos de celebrar la Navidad y la llegada del nuevo año”. Indico que “las familias se juntan y celebran con lo que van dejando atrás ese individualismo y hacen común este tipo de fechas tan especiales, pero no dejan a un lado muchas de sus costumbres que se han trasmitido de generación en generación”.
“En el caso de las poblaciones originarias –agregó- que han recibido también todos estos servicios y especialmente la influencia de carácter religiosa con distintas iglesias como la anglicana, también tienen su forma de manifestarse, organizándose celebraciones y encuentros comunitarios. Y por supuesto, el gesto de todos los años tan tradicional de la sidra y pan dulce que ofrece el gobierno es algo que se incorporo como símbolo del compartir, aunque en el caso de las comunidades aborigen hacen sus aportes particulares, además de ir sumando la verdura a sus platos a partir de una creciente producción de horticultura”.
Señala como ejemplo de algunos de los rasgos distintivos el hecho de que “las familias se unen y adquieren en conjunto mercaderías y carne para lo que llaman la “olla en común”, alrededor de la cual no solo está el compartir la comida sino que organizan juegos y por supuesto aflora la manifestación religiosa”.
Vizcaino refiere a que en los menús “hay también exquisiteces a partir de la harina del algarrobo que es muy propio de ellos”, además de la masificación en la conectividad con celulares y netbooks trae aparejado también cambios de conductas y también en la alimentación, pero como señalara antes, lo ancestral está presente en la cotidianeidad y en festividades como las de fin de año.