Mucho se habló en nuestro país sobre el proceso formativo formal de las personas y también se aplicaron muchas recetas educativas. Solo algunas procedieron a dar a la persona formada las herramientas adecuadas para su realización plena, bajo una concepción de equidad o de justicia social, como lo promueve el Papa Francisco.
Señala Foucault que son las estructuras las que forman o “dan forma” a la subjetividad. Y a ese nivel es donde opera el poder político y económico.
Por eso es importante tener en cuenta que nuestro país tiene educación pública y gratuita desde el nivel inicial hasta el universitario.
Sin embargo no hay que olvidar lo señalado por Foucault, porque en las formas más inocentes, allí donde supuestamente la política no entra, es justamente donde más opera.
En la educación, dijimos, se moldea a las personas para que sean “ciudadanos” que pueden recibir un currículum o plan de estudios destinado a alentar el pensamiento crítico o, por el contrario, a la domesticación, el sometimiento porque “el mundo es así y no puede cambiarse”.
Esto último es lo que pasó en algunos tramos de la historia argentina donde los poderes dominantes no querían “ciudadanos” sino sólo mano de obra barata, que acate dócilmente y no genere ningún atisbo de protesta.
Pero también nuestro proceso histórico nos muestra cómo estos paradigmas fueron rechazados por otros que aspiran a la liberación de la persona, en forma integral, en su ser mismo, como señalaría Martín Heidegger.
Ser posibilidad de posibilidades, pro-yecto y tener en el mundo histórico el ámbito para la legítima elección del ser.
Desde la angustia existencial, Sartré expresó “cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.
El filósofo francés, desde una mirada pesimista, sin embargo dejaba en claro que el ser humano “está condenado a ser libre”, es decir, plenamente responsable de su vida, sin determinismos, aunque sí señalaba condicionamientos culturales.
Justamente allí radica una de las cuestiones esenciales de lo que pretendemos reflexionar sobre un tema que es para nada fácil, que al parecer todos dicen conocer, pero pocos se detienen a repensarlo: la educación.
El psicólogo ruso Lev Vygostki expuso que el ambiente, es decir, lo externo, lo social, no puede quedar fuera de la formación formal, es decir, de la escuela.
El alumno cuando va a la escuela lleva un capital cultural, el que le fue transmitido por su familia y por su sociedad, históricamente situada.
Una escuela que desconozca el contexto y la pertenencia socio histórica del sujeto solo reproducirá conocimientos en el vacío y será como las escuelas que toman a la persona a la manera de “tabula rasa”, una hoja en blanco que es necesario llenar de contenido, aunque este no le sea significativo a la persona.
En esta etapa que vivimos los formoseños podemos estar orgullosos de nuestra escuela pública y la apuesta debe ser allí, porque es donde se forman nuestros futuros ciudadanos, que deben tener espíritu crítico para lograr autonomía de pensamiento y actos.
No solo hay que formar para lo académico u operacional, sino para lo que Habermas llamó “el mundo de la vida”.
Los que pasamos por las aulas y asumimos responsabilidades desde el campo nacional y popular debemos defender las políticas públicas que rescatan a la educación como justicia social. Carlos Alberto Roble.