La pandemia del coronavirus ha esparcido dolor, miedo y muerte globalmente, poniendo en jaque nuestra capacidad de resiliencia como seres humanos. Mucho de lo que sabíamos se ha vuelto relativo y, frente a semejante incertidumbre, es muy necesario contar con líderes que sepan liderar a una comunidad alarmada.
En los últimos años se ha hablado mucho sobre liderazgo, se han escrito cientos de libros y grabado miles de horas de podcast sobre el tema. Aun así, continúa siendo difícil definirlo; en la coyuntura actual, identificarlo es mucho más sencillo. La emergencia sanitaria ha puesto a prueba la capacidad de “líderes” de todo tipo; muchos han buscado protagonismo, tratando de acaparar las pantallas y la atención, pero dando pasos demasiados cortos han caído por su propio peso. Otras personas han dado muestras de liderazgo impresionantes.
En el mundo de hoy necesitamos líderes que actúen con calma y firmeza, haciendo sentir seguras y uniendo a las personas. Líderes que logren articular en un mensaje claro las expectativas de una sociedad atemorizada e impaciente. No se trata solamente de tener un plan con acciones detalladas, sino de liderar con valores, de servir. Esto es extremadamente difícil, pero a la vez imprescindible.
Los grandes cambios en las sociedades, los avances en la ciencia y la medicina sucedieron porque grandes grupos de personas, unidos por una causa común y bajo un gran liderazgo, decidieron colaborar, aun sin tener un final claro a la vista.
Cuando en el año 2001, frente a una de las peores crisis socio-económico-políticas de la historia argentina el Gobernador Insfrán convocaba a los formoseños a tener fe y esperanza, a no bajar los brazos y mantenerse unidos, no lo hacía invocando un plan maestro de contención de la crisis –que lo tenía-, sino que hablaba de su visión respecto del futuro, de valores, de cómo en distintos momentos de la historia los pueblos que se mantuvieron unidos y firmes lograron sobreponerse a las adversidades más duras (“con la adversidad no se pacta, o la vencemos entre todos o ésta nos vence”, nos decía). Hubo tropiezos, pero impulsados por una moral alta los formoseños lo intentamos una y otra vez… y otra vez.
E incluso después de tener éxito, seguimos adelante. La sumatoria de todos esos cientos o tal vez miles de gestos cotidianos fueron configurando un liderazgo sólido que no se explica en obras solamente, sino fundamentalmente en términos simbólicos. Los formoseños conseguimos enormes logros no por la promesa de un bono de fin de año; lo hicimos porque sentíamos que estábamos contribuyendo a algo más grande que nosotros mismos, algo con valor que duraría mucho más allá de nuestras propias vidas.
A pesar de todos sus beneficios, liderar con esta visión no es fácil. Se necesita un esfuerzo real y persistente. Como seres humanos, estamos naturalmente inclinados a buscar soluciones inmediatas a problemas incómodos y priorizar victorias rápidas para avanzar en nuestras ambiciones. Tendemos a ver el mundo en términos de éxitos y fracasos, ganadores y perdedores. Este modo predeterminado de ganar-perder a veces puede funcionar a corto plazo; sin embargo, como estrategia de cómo operan los gobiernos, empresas y organizaciones de la sociedad civil, puede tener graves consecuencias a largo plazo.
Los resultados de esta mentalidad son demasiado familiares: gobiernos que pierden el rumbo y como resultado erosionan su capital político, líderes que se desgastan vertiginosamente y no vuelven a encontrar su camino, equipos de trabajo donde prima la desconfianza y por lo tanto se vuelven rígidos, partidos con crisis de identidad y disputas internas, entre una larga lista de etcéteras. Todo ello contribuye a una disminución de la lealtad y el compromiso y un aumento de la inseguridad y la ansiedad que muchas personas sienten en estos días.
El coronavirus ha llevado caos y crisis donde previamente existían condiciones para el caos y la crisis. Brasil es el claro ejemplo de ello. Bolsonaro no había demostrado ser un gran líder, y la pandemia no hizo más que exacerbar sus debilidades y su torpeza.
En contraposición, Formosa viene haciendo mucho desde hace mucho tiempo para tener la situación bajo control. Aquí, la pandemia no generará caos ni crisis institucional, no porque seamos inmunes a la enfermedad -de hecho, tenemos nuestros propios casos positivos- o por lo que se está haciendo en este momento solamente, sino porque en nuestra provincia hay una fuerte densidad institucional, que se ha forjado y continúa forjándose de manera colectiva.
Hay serenidad, firmeza y una aceptación social respecto de la visión que emanan las instituciones. Hay una conducción política que organiza y contiene.
No hay mayor muestra de liderazgo que esa.
Lic. Santiago Bazán
DNI 31.485.161