Opinión de la profesora Martha Alicia Kozameh
Acabo de leer la transcripción de una carta a los formoseños de la profesora Gorleri, tuve varias sucesivas sensaciones entre antagónicas y fantásticas.
Por momentos me pareció estar en la isla de Robinson Crusoe y en otros teniendo un dialogo con Tomás Moro mientras diseñaba su Ciudad Utopía.
El más triste de todos fue cuando comprendí la falta de rigurosidad al pretender juzgar a nuestro gobierno, conceptualmente, utilizando el vocablo “dictadura”.
El sólo hecho de haber escrito esa carta demuestra que no lo es. Gobernar siguiendo parámetros diferentes que responden a una ideología distinta a la que ella sostiene y que representa al 70% de la ciudadanía está plasmando una realidad que difiere, sustancialmente, de la que ella caracteriza.
La Argentina conoció el miedo a la libre expresión cuando no se podía mencionar el nombre del General Perón o de Evita porque se perdía la libertad y, en muchos casos, la vida en
Dictadura fue cuando, en el mundial del 78’, los gritos de algarabía por los goles de Kempes o de Luque silenciaban los ayes de cuerpos torturados en los centros clandestinos.
Cuando madres desesperadas buscaban a sus hijos, o cuando obreros eran secuestrados y llevados como ganado a las cárceles, cuando a campesinos agricultores los subían a vehículos militares y no volvían a sus hogares por el simple hecho de pensar y actuar distinto y luego fueron despojados de sus tierras y de sus bienes.
En ese tipo de dictadura no actuaba el ejército en soledad, un sector de la política siempre representante del entreguismo antinacional de la derecha argentina y personeros de capitales extranjeros eran cómplices de estos genocidios ya sea por silencio o por connivencia.
Acuñaron frases como latiguillos que, hasta hoy, duele el sólo escucharlas, como el remanido “algo habrán hecho” que justificaba tanta masacre.
No se puede pretender sintetizar en la categorización simplista de dos bandas de asesinos. Eran y son dos conceptos de país diferentes que aún subsisten. No es algo que simplemente decepcione o es una mera autopercepción. Es nuestra dura y real historia.
Habiendo tratado de aclarar este punto es relevante sacar del error respecto de la norma constitucional que tipifica nuestro sistema de elección. Dice “periodicidad” en los mandatos gubernamentales no alternancia. Los períodos son de 4 años y se cumple como está escrito.
Si no hay alternancia será porque la oferta de representantes de la oposición no convence al electorado me limito a repetir los argumentos esgrimidos por la docente, quien afirma en su carta que, además de caja, lo que es cuestionable, es por la ausencia de coraje, conciencia, voluntad, mediocridad, etc. A confesión de parte relevo de pruebas.
Tiene razón al hablar de la “vigencia” de nuestro gobierno porque demostrado está que no es obsoleto y es validado cada cuatro años. Dicho de esta manera suena a chicana barata y no es mi intención.
La gestión del gobierno justicialista de Gildo Insfran tuvo que superar escollos difíciles desde sus comienzos. Una provincia endeudada hasta el 90% de su coparticipación, lo cual fue un corset inmovilizante pero no inmovilizador para nuestro gobierno, con creatividad salimos adelante y comenzamos a tener trascendencia nacional. Ya no éramos el “paraíso perdido” como nos definiera aquella vieja revista porteña ni la Formosa incomunicada y vergonzante, sin identidad manifiesta. Con un orgullo de formoseñidad fuerte pero esfumado e impreciso. Sabíamos el cómo pero no teníamos claro el por qué. Nos habían mostrado que lo de afuera era más armónico.
Lo disonante comenzó a tener una música propia, características propias, ser formoseño se convirtió en un valor intrínseco e irrenunciable que nos llena de orgullo. Enarbolamos nuestra pertenencia. Nuestro formoseñismo se enraizó y tuvo frutos genuinos e inquebrantables.
Para entender el Modelo Formoseño es imprescindible conocer el Proyecto Nacional del General Perón. Es una concepción de provincia hecha realidad activa en cada productor paippero, en cada egresado del Instituto Universitario Formoseño, en cada paso que avanzamos hacia nuestra medicina independiente de los centros que monopolizan el sistema de salud, en cada escuela que se inaugura, en cada hospital que se abre, en el despertar de las expresiones artísticas, en profesionales que se radican en nuestro suelo.
Desde la facilidad de la crítica, asumiendo la actitud de la diosa Atenea del Olimpo, define a nuestros empleados públicos como seres improductivos satisfechos por tener la “panza llena” sin deseos de superación.
Hay que recorrer las oficinas y ver esa joven que corre llevando expedientes con sus taquitos altos o ese joven que revolea la corbata al terminar su horario de trabajo. Mirar, quizás, las brigadas contra el dengue o a nuestros agentes sanitarios en el frente de batalla contra la pandemia. Los más antiguos, con más años de experiencia explicando al “nuevo” los secretos para hacer el trabajo con mayor seguridad y eficiencia.
Ese empleado que se mata para que sus hijos estudien y tengan un título universitario o progresen en algún oficio.
No se puede ser tan vanidosa o caer en el pozo de la egolatría en el que caemos muchos docentes de la “vieja escuela” y pensar que la educación que brindan nuestros educadores de hoy es de ínfima calidad. Es ofensivo.
No es aceptable descalificarnos a los que creemos, realmente, en este modelo político diciendo que repetimos descerebradamente el discurso que nos imponen desde “arriba”. Somos seres muy pensantes con juicio y criterio propio.
Cuando se hace una crítica tan audaz se impone, como mínimo, una autocrítica porque colocar el índice hacia adelante no requiere esfuerzo volitivo ni intelectual. Ponerlo señalando hacia nuestro pecho impone una madurez profunda y un discernimiento claro.
No estoy de acuerdo en que los jóvenes sean los responsables de lo que nosotros descalabramos o fuimos incapaces de darle una forma acabada. Ellos serán los protagonistas y nosotros los apoyaremos con la fuerza de las convicciones y comprometiéndonos hasta los huesos.