Por Jorge Rachid
Nadie puede dudar que la lucha pandémica, es una guerra contra un enemigo invisible pero mortal que no logrará ser derrotado, sin el concurso organizado del pueblo, en una batalla común en todos los planos: cultural, económico, social y político.
El título de la nota, remite a un libro del más grande general del siglo XX: Vo Nguyen Giap, que venció sucesivamente las invasiones japonesas, la colonización francesa y expulsó a EEUU de su territorio. En ese libro expresa que ninguna guerra, ni política, ni económica, ni cultural, menos aún militar se puede ganar sin el pueblo siendo parte activa de la misma.
Nunca se asumió en nuestro país, que la Pandemia es una guerra. Siempre desde el inicio de la crisis, los diferentes actores, a excepción del gobierno y los necesarios involucramientos de trabajadores de la salud, maestros y trabajadores sociales, se opusieron a que sea considerada como tal. Ni siquiera se abocaron a estudiar, como debimos hacer todos, desde la molécula, hasta los efectos posteriores, desde físicos hasta psicológicos, personales y sociales que dejaba su paso.
Fue más fácil para algunos opinólogos, ejercer el derecho a la estupidez, desarrollando diferentes disparates, como curas milagrosas, negando la existencia misma del virus, denigrando su importancia, desechando la crisis, desempolvando teorías conspirativas mundiales, antes que de hacerse cargo de cargar de las responsabilidades compartidas, de una sociedad en lucha.
Peor aún el comportamiento de un sector de la oposición política, que no sólo no asumió su rol, sino que por lo contrario, en una claro intento de especulación miserable, hizo de la confrontación a las políticas sanitarias una bandera de lucha interna, en un país entero que defendía la vida, intentaba evitar la muerte, sabiendo que no se tenían otras herramientas para frenar el virus, más que el acatamiento estricto a las medidas de aislamiento y distanciamiento, que son las únicas que permiten aislar el virus comunitario.
O sea que compatriotas nuestros, en plena guerra, le abrieron otro frente de batalla a quienes luchamos por la vida, un nuevo escenario de combate, al enarbolar dudas permanentes, sembrar odios reconcentrados, apuntar a la ventaja fácil, denigrando a diestra y siniestra, desde medios hegemónicos, que diariamente bajaban la moral del pueblo, la tropa necesaria, el ejército del pueblo, en cualquier guerra. Eso en batalla se llama traición a la Patria.
El pueblo se moviliza y lucha cuando tiene una causa justa por la cual avanzar en conjunto. Si un sector de la dirigencia y los medios tiende a cuestionar la empresa de vencer al enemigo pandémico, eso es debilitar la lucha, entregar al país a la muerte, que necesariamente afecta a los sectores más desprotegidos de la población.
Si los sectores económicamente poderosos, pretenden seguir acumulando riquezas en medio de la guerra, si plantean abandonar la lucha por razones de confrontación salud-economía, si deciden apoyar la desmoralización del pueblo, llevando desánimo diariamente, dejaron de ser compatriotas, por ese egoísmo voraz del capitalismo salvaje que denuncia Francisco.
Ante esa situación, las fuerzas populares, los dirigentes sociales y políticos, deben iluminar el camino de la lucha del pueblo, no compartiendo la agenda de estos verdaderos irresponsables que colocan a 45 millones de argentinos de rehenes de “patéticas miserabilidades”, al decir de Don Hipólito. Es que la “única verdad es la realidad”, respondería el viejo y sabio General, desde su comando celestial y ella demuestra la necesidad de la unidad del campo nacional y popular, sin fisura alguna, hasta vencer en la batalla principal.
En ese camino, identificar claramente el objetivo de lucha, informar con claridad, dar las precisiones que se puedan adelantar, alentar al pueblo a dar batalla, estimular la moral de un destino común, evitar más muertes, es responsabilidad de cada uno, pero en especial de quienes tienen en sus decisiones, el destino de la Patria.
En ese camino quienes queden al margen de esta épica, serán identificados por el pueblo, como quienes dieron la espalda a una situación límite, quienes decidieron que la solidaridad social es sólo entre los trabajadores, los humildes y los desposeídos, que los “ellos” sólo llevan la bandera del individualismo egoísta y ególatra, construido en una sociedad invivible, la crisis civilizatoria global, que la Pandemia desnudó e hirió de muerte: el neoliberalismo criminal, brutal e inhumano, que vistió las últimas décadas al mundo.