Todo comenzó a las 10.15 horas del martes 18 de agosto de 2007 con el arribo al lugar del gobernador Insfrán y el ingeniero Nelson Periotti, administrador de Vialidad Nacional. Fueron recibidos por grupos importantes de pobladores criollos y aborígenes wichí de la zona, así como también de gran parte de los intendentes municipales de la provincia que se asociaron unánimemente al regocijo colectivo por la culminación de una obra que había comenzado en los inicios de la década del 70 y que continuó luego con intermitencias y promedios de 30 kilómetros cada tres años.
En agosto de 2004 se anunció la decisión política del presidente Néstor Kirchner. No solamente avaló el pedido formoseño de que se continuaran pavimentando nuevos tramos sino que, además, aprobó la construcción total hasta la línea Barilari. A ellos se sumaron otros seis tramos del lado salteño, en una demostración de la visión federal y del criterio de rentabilidad social que se privilegió por sobre los criterios neoliberales que aletargaron la ejecución de la ruta 81 con el argumento de que era inviable por la escasez del movimiento del transporte en la región.
A las 11, Insfrán ascendió a la pavimentadora y hasta allí llegaron aborígenes, criollos, intendentes, ministros, subsecretarios, empresarios de la Federación Económica de Formosa, de la CENEA y de la Cámara de Industria y Comercio así como de entidades ruralistas de Las Lomitas y otras localidades del centro oeste y oeste del territorio.
Había también dirigentes gremiales, políticos y de entidades productivas¸ médicos, gendarmes, policías, docentes, periodistas, funcionarios de Vialidad provincial y del distrito 22 de Vialidad Nacional y contingentes de las poblaciones dispersas de una zona otrora marginal que ahora se integra definitivamente al territorio formoseño, a la región, al pais, al continente y al mundo.
Pero el momento culminante se registró a las 11.45 cuando Insfrán fue invitado a tomar directamente el comando de la pavimentadora. Lo rodearon Periotti, Floro Bogado y otros colaboradores de todos ellos.
El gobernador fijó su mirada hacia el este, aguardó que el camión volcara su carga de asfalto y encaró decididamente hacia el bordo ya completado que aguardaba ahora la arremetida final. Avanzó con lentitud, dando tiempo para que cada uno de los presentes pudiese registrar en sus retinas y en el corazón ese momento único e irrepetible que se estaba viviendo.
Cuando lo logró, el Gobernador saludó a la multitud que aplaudía, se abrazó con el administrador de la DNV y finalmente ordenó que se ejecutaran los himnos nacional y provincial que entonó a viva voz. Hubo un clima sentimental especial. Las voces resonaron en medio de una zona inhóspita en la que los aborígenes, los criollos y el espeso monte con arbustos y especies nativas generaron la escenografía natural de la inolvidable e histórica jornada.
Finalmente, descendió del vehículo y se abrazó con la gente que lo aguardaba para hacerle partícipe de su regocijo por el momento histórico que se estaba viviendo.