Me preocupa, después de tanta historia y tanto dolor tener que volver a escribir sobre esto es como ver el retroceso de la patria.
Porque nuestro país, al que tanto amamos y que tanto nos duele, no es una república cualquiera; es una república federal. Y para que fuera federal lucharon y murieron Artigas, López. Dorrego. Rosas, Quiroga. Peñaloza y tanos otros que hicieron nuestra historia cabalgando, luchando y gobernando.
Nuestro federalismo no es descentralización, como Australia, donde un Estado central delega funciones a órganos locales. Nuestro federalismo es de concentración, donde los estados locales preexistentes delegaron parte de su soberanía para crear un gobierno central que las represente unidas.
Con la Revolución de Mayo las regiones que correspondían a los Cabildos recuperaron las atribuciones que les arrebataron las reformas borbónicas, atribuciones que provenían del descubrimiento, conquista y población y, que por ser originarias, eran irrenunciables.
Con la Constitución las Provincias se reservaron el derecho de darse sus propias instituciones bajo el sistema republicano, representativo y federal y todos los poderes no delegados expresamente en el Gobierno Nacional.
Por eso sería doloroso ver que uno de los departamentos del Gobierno Nacional, pretendiese erigirse en mentor de los ciudadanos de cada provincia e imponerles como debieran ser sus instituciones conforme a las opiniones personales de sus miembros, opiniones que serán muy respetables pero que no coincidirían con las de los poderes constituyentes de las provincias.
Por eso me duele, porque el fantasma de Rivadavia, el enemigo de Moreno y de San Martín pareciera encarnado en jueces de la Nación. Y los federales tenemos que ponernos de pie nuevamente para enfrentar a los unitarios Y defender nuestra Constitución Federal que, como diría Alberdi, es nuestra constitución natural.
Y lo es porque todo en Argentina tiende naturalmente hacia el federalismo: su geografía, tan extensa Y variada, en lo físico y en lo humano, sus hábitos y costumbres, desde lo cívico hasta lo culinario y hasta sus devociones religiosas, manifestada en las distintas denominaciones con que invocamos a la Madre de Dios: Nuestra Señora de Luján, de Irati, del Valle, del Carmen, de la Merced, etc. en las distintas regiones.
Por todo eso no podemos ser unitarios en ningún aspecto, simplemente porque sería antinatural.
Rodolfo Roquel