Escribe: Luis A. Sebriano (h) – Grupo JUAN PUEBLO
Gabriel García Márquez inmortalizó la frase «Somos dos países, uno en el papel y otro en la realidad». Ver ayer un cacerolazo protagonizado por las clases medias porteñas, en protesta por las medidas anunciadas por el Presidente Alberto Fernández me llevó directamente a esa frase.
No es tan difícil entender la gravedad de la situación, en el mundo nos estamos muriendo, literalmente. Escucharlos decir que no hay empatía desde el gobierno me hace pensar que no comprenden el peso que tiene esa palabra. ¿No ven acaso el llamado lloroso de los médicos? ¿no ven el sufrimiento de los que han perdido un familiar? ¿no ven la incertidumbre de los que están internados? ¿no ven que es ahí donde está todo más complicado? ¿no ven nada de eso? ¿o no les interesa porque son egoístas?
Con esta pandemia todos tenemos problemas económicos, todos nos llenamos de deudas, todos arañamos para llegar a fin de mes, pero hay algo supremo y es la salud, es amar al otro, es realmente ponerse en el lugar del que está sufriendo, o para que lo entienden mejor es a lo que se refería Jesús con aquello de amar al Prójimo. Por supuesto que cualquier reclamo es válido, por supuesto que se entienden todos los problemas, pero de eso a llamar a la desobediencia civil, a militar los contagios, en definitiva a militar la muerte, es cruzar una línea de la que no se puede regresar.
Ayer se vio esas dos Argentinas una vez más, la Solidaria que piensa en el otro y la Egoísta que piensa sólo en sí misma. Desde que empezó todo esto hace un año vemos a todo el personal de salud que trabaja sin descanso y a farmacias que aumentan 3 veces el alcohol en gel, personas que no respetan nada la cuarentena y otros que la siguen con conciencia, los que desabastecen las góndolas y los vecinos que se ayudan mutuamente. Egoísmo hay, hubo y habrá siempre, pero buscar y militar la muerte no lo había visto nunca.
Ver ayer eso me llevó automáticamente a recordar los libros de historia, cuando la tilinguería porteña trataba de «aventurero», «loco», «corrupto» o «que se robó el Ejército de los Andes» a San Martín por no responder a sus intereses centralistas. A Juan Manuel de Rosas lo tildaron de «tirano» por ser Federal y no querer imponer una Constitución Unitaria al resto del país. O cuando esa misma oligarquía antinacional hizo cuanto estuvo a su alcance para voltear primero a Irigoyen y luego a Perón.
Lo peor de todo es el poder de colonización mental que tienen con sus medios de comunicación, colonización tal que cualquiera que gane un poco mejor, o más que el resto, automáticamente se considera clase media y apoya esas medidas, sin darse cuenta que sigue perteneciendo a la clase trabajadora, clase que esos mismos odian y desprecian. Y que jamás la van a aceptar.
Cuantas muertes se hubieran evitado si hubiéramos sido más empáticos, más solidarios. Cuántas muertes se hubieran evitado si en vez de atacar por todos lados a Gildo Insfrán al menos hubieran estudiado sus medidas y las hubieran imitado.
El Papa Francisco hasta el cansancio dijo que de esta crisis debíamos salir mejores, que esta Pandemia iba a servir para construir una sociedad mejor, pero lamentablemente no se vio eso ayer, vimos egoísmo, vimos violencia, vimos soberbia, vimos gataflorismo, vimos muchas actitudes que pensé las habíamos ya superado. Antes de hablar y vociferar cualquier cosa hay que aprender a escuchar, antes de escribir por las redes sociales hay que pensar, no todo es un viva la pepa, no todo es cualquier cosa, ni todo es lo mismo.
La circunstancia que vive el mundo y particularmente nuestro país nos obliga a ser más justos, a aplicar esas virtudes morales que Platón decía eran esenciales para el orden social y para las relaciones humanas: Templanza, Prudencia, Fortaleza y Justicia.
Todo pasa, y esto también pasará, pero hay palabras y acciones que quedarán en el recuerdo, en la conciencia colectiva, de eso estemos seguros.